Los antiguos conocieron varias especies de relojes.
Vitrubio habla del reloj de agua o clepsidra, el de aire, el de sol y de otras especies que nos son desconocidas.
Los egipcios medían con la clepsidra los movimientos del sol y de igual medio se valía el ilustre astrónomo
Tycho Brahe para sus observaciones. Las clepsidras y los relojes de sol fueron inventados en
Egipto en tiempos de los
Ptolomeos; las clepsidras fueron después perfeccionadas por
Escipión Nasica o según otros por
Ctesibios (discípulo de
Arquímedes); los oradores romanos medían con ellas la duración de sus discursos.
Se cree que los grandes relojes de pesas y ruedas fueron inventados en Occidente por el monje benedictino Gerberto (Papa, con el nombre de
Silvestre II, hacia finales del
siglo X) aunque ya con alguna anterioridad se conocían en el
Imperio bizantino.
[1] Según otras fuentes, el primer reloj de que habla la historia construido sobre principios de mecánica es el de Richard Wasigford, abad de San Albano, en
Inglaterra, que vivió hacia el
1326, pues al parecer la invención de Gerberto, después Silvestre II, no era más que un reloj de sol. El segundo es el que Santiago Dondis mandó construir en
Padua hacia el
1344 y en el cual según refieren se veía el curso del sol y de los planetas. El tercero fue el que había en el
Louvre de
París, mandado traer de
Alemania por el rey
Carlos V de Francia.
[2] El antepasado directo de estos instrumentos podría ser el complejo
mecanismo de Anticitera, datado entre el 150 y el 100 a. C.
[3]
En España, el primer reloj de torre fue el de la
catedral de Barcelona llamado «seny de les hores», de
1393. El de
Sevilla data de
1396.
El primero que imaginó construir relojes de bolsillo fue Pedro Bell de
Núremberg; su figura les valió el nombre de «huevos de Núremberg». En
1647,
Christiaan Huygens aplicó a los relojes de torre o de pared el péndulo, cuyo descubrimiento se debe a
Galileo. Huygens dividió la hora en 60 minutos y éstos en 60 segundos. El mismo físico aplicó en 1665 el muelle de espiral a los relojes de bolsillo. En
1647, el ginebrino Gruet, residente en Londres, aplicó al reloj la cadenilla de acero que sirve para transmitir el movimiento del tambor al cono, sustituyendo a las cuerdas de
vihuela empleadas hasta entonces. Dos años después se inventaron los relojes de repetición.
Desde entonces, el progreso de la relojería ha sido admirable.
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